lunes, 14 de marzo de 2011

Horizontes (2008)


Cuando, desde el hospital St.Rudolph, llamaron a la señora Smith para comunicarle que su marido había ingresado en el hospital en estado grave (cercano a la muerte según urgencias) debido a un misterioso accidente de coche, ella no pudo evitar que su respiración se entrecortara. Se sentó en una silla y, durante unos cinco minutos, esperó con los ojos muy abiertos a tranquilizarse. Luego, tras coger las llaves, fue corriendo hacia el coche mientras oía el eco de sus propios pasos en el suelo de mármol. Salió sin siquiera maquillarse.
La carretera que llevaba al hospital no estaba en muy buen estado y  la señora Smith era muy prudente, así que condujo despacio.
El hospital estaba compuesto por un solo edificio gris. Aburrido, pensó ella mientras aparcaba. En el interior, en cambio, sólo se distinguía un color en paredes suelo y techo. Blanco, demasiado blanco. Caminó despacio entre la gente por pasillos que parecían interminables hasta un enorme mostrador donde varias señoritas con sonrisas falsas atendían a la gente.
La señorita que la atendió era de algún país del Este de Europa, pero parecía un reflejo de cómo era la señora Smith unos años antes, cuando estaba soltera.
-          Perdone, ¿qué desea? - preguntó la enfermera con un sorprendente acento.
-          Mi marido ha ingresado aquí hace alrededor de una hora por un accidente grave...se llama Paul Smith.
-          No se preocupe, un momento...- tecleó algo en el ordenador- sí, está ingresado en...- volvió a escribir algo- mire, suba las escaleras de la derecha y coja el pasillo que encontrará en frente. Encontrará una sala de espera donde le informarán mejor del estado de su marido.
-          Pero, ¿cómo está?
-          No lo puedo saber desde aquí, ya le he dicho que...
La señora Smith no terminó de escuchar la frase ya que se dirigió hacia las escaleras de la derecha.
Al final del pasillo que le habían indicado, había una pequeña sala con varias sillas y unas mesitas con revistas de mujeres que contrastaban con otras de National Geographic. En el centro había un mostrador vacío. Ella maldijo en silencio.
-          Si está buscando a la enfermera, se ha ido al baño hace apenas unos segundos.
La señora Smith se dio la vuelta. Lo habían dicho una mujer joven, fingiendo una sonrisa que contrastaba con los surcos en el maquillaje excesivo de su cara. Había estado llorado.
-          Gracias.
Se sentó frente a la mujer, que leía muy distraídamente una revista de moda. No cesaba de golpear sus uñas mal pintadas contra el borde de la silla excepto para pasar página.
-          ¿Se encuentra usted bien?
La pregunta pareció sorprenderla.
-          No se preocupe, no es… - Cerró los ojos- Me llamo Selene Puddler.
Su mano temblaba un poco. No queriendo insistir la otra mujer respondió simplemente:
-          Jane… Jane Smith.
Intentó sonreír pero su los músculos de su boca no se movieron. Ambas mujeres tenían su mirada posada en el suelo.
-          Esta canción le encanta a Harry…mi novio- añadió tras vislumbrar un atisbo de desconcierto en los ojos de la otra mujer.
La señora Smith reconoció la canción inmediatamente. Please Send me Someone To Love. Nunca había sabido el nombre del compositor, pero odiaba esa canción. Abrió la boca para decir algo, pero decidió que no era el mejor momento. En ese momento, apareció la enfermera  interrumpiendo la “conversación”, era una mujer bajita y obesa. Se estaba riendo como si acabara de hablar con algún compañero. Tras ver a la Señora Smith aceleró el paso y su sonrisa se fue apagando disimuladamente.
-          Perdóneme por la ausencia, usted debe ser la mujer del señor Smith, ¿me equivoco?
Ella asintió levemente.
-          Pues acérquese al mostrador un momento, por favor- la señora Smith se levantó con esfuerzo, lentamente.
La enfermera giró para decirle algo a la otra mujer, cuyos ojos parecían suplicar por información.
-          El doctor Brown le espera en la misma habitación de antes, ya le ha hecho las radiografías a su hijo, señorita Puddler.
Selena no esperó a que terminara y se levantó tirando la revista a la mesilla. La revista cayó al suelo haciéndola dudar un segundo, pero siguió apresuradamente hacia las puertas giratorias al final de la sala.
La enfermera suspiró y se dirigió al mostrador. La otra mujer no se movió.
-          Perdone, pero… ¿qué le ha pasado su hijo?- dijo sin apartar su mirada de las puertas.
La enfermera hizo una mueca y respondió con una voz que parecía un intento inútil de fingir abatimiento.
-          Su hijo de nueve años iba caminando de vuelta a casa desde el colegio. Pasó al lado de unas obras cuando un andamio se desplomó y… ¿La conoce de algo?
-          Hemos intercambiado algunas palabras en la sala- respondió sorprendida, tras unos segundos.- Parecía muy preocupada.
-          El niño lleva tres operaciones…- dijo mirando al suelo. Luego como si acabara de acordarse porqué estaba allí, comenzó a teclear algo en el ordenador.
Cinco minutos después, frente a la ventana, la señora Smith se dio cuenta de que no había escuchado nada de lo que le había dicho la enfermera sobre su marido. Recordaba partes que le interesaban. A su marido le había atravesado un metal el pulmón derecho causándole una hemorragia interna y otra palabra impronunciable. Le habían estabilizado y estaba esperando a un quirófano libre para una operación.
-          Siento mucho comunicarle- había dicho la enfermera, otra vez con ese tono irritante- que las posibilidades de que sobreviva son muy bajas.
Eran las tres de la mañana y desde la ventana de aquella sala en el hospital St.Rudolph se veía toda la ciudad dormida. Frente al hospital, entre el mosaico de luces de colores en el que se convertía la ciudad por la noche, la señora Smith observó un colorido anuncio de una juguetería en el centro. Junto a la ventana hacía frío. Se dio la vuelta para percatarse de que la enfermera se había vuelto a ausentar. Paul estaba en la habitación 25, según la enfermera. Finalmente, tras pensarlo mucho, atravesó las puertas giratorias que daban a un pasillo gris. Comprobó con desgana que estaba al extremo del pasillo.
Le sorprendió encontrar la habitación tan bien ordenada. Paul estaba tumbado en la cama conectado a varios aparatos extraños frente a un gran espejo, bastante sucio, que ocupaba parte de la pared. Su cuerpo, en un pasado musculoso, ahora se adaptaba a la forma de la cama. Parecía que no respiraba. En la mesita estaba su cartera, con una foto de la señora Smith cuando era Jane Blackson. Comparó la fotografía con su reflejo en el espejo. Respiró profundamente. Tras guardar la imagen en la cartera se sentó en una silla al lado de la cama. Si el hombre hubiera abierto los ojos, lo primero que hubiera visto, habría sido el reflejo de la mirada acusadora de Jane, ahora la señora Smith. Llevaban doce años, seis meses y cuatro días casados. Se acordaba de su primera cena con él, en un restaurante de Nueva York. Al principio apenas hablaban, sólo se turnaban para mirarse. Cuando coincidían, bajaban la cabeza al menú mientras disimulaban su enrojecimiento. Fui estúpida entonces, pensó. Cerró los ojos. Podía recordar el pequeño escenario frente a las mesas, sobre el cual, una modesta banda de música interpretaba canciones románticas.
I lay awake night and ponder world troubles.
My answer is always the same.
That unless men put an end to all of this,
Hate will put the world in a flame, (oh) what a shame.
Just because I'm in misery.
I'm not begging for no sympathy.
But if it's not asking too much,
Just send me someone to love.

 Odiaba esa canción. Si la Jane de ahora hubiera estado allí, hubiera denunciado al restaurante por cursilería.
Al menos en esos tiempos era feliz.
Se levantó. Hacía demasiado calor en la habitación, un calor sofocante que la mareaba. Salió otra vez al pasillo. Tras cerrar la puerta, sacudió la cabeza. Antes creía ser feliz, pero era una ignorante.
Volvió a la sala de espera donde encontró a Mary abrazando al hombre que supuso que era Harry o Henry, no se acordaba del nombre. Un hombre de pelo entrecano dijo algo negando con la cabeza. Selena gritó algo incomprensible. Jane se dio cuenta de que estaba llorando. El médico se acercó un poco a la mujer, pero ésta apartó su mano y salió corriendo como pudo. El hombre más joven se disculpó con la mirada y salió corriendo detrás de Selena. El médico los vio desaparecer y suspiró. Se acercó al mostrador para coger unas hojas y luego atravesó las puertas grises murmurando algo incomprensible. El eco de los pasos de la pareja se había apagado hacía ya tiempo. El cielo parecía más claro por la ventana, la sala parecía más gris. Se secó las lágrimas sin darse cuenta de que había llorado.
Sin saber donde iba, atravesó las puertas de la sala. Cuando se encontró de nuevo delante de su marido se dio cuenta de lo cansada que estaba. Llevaba horas sin dormir. Se quedó nos minutos observando a su marido. No le quedaban lágrimas ya.
-          Perdóname por ser tan mala persona.
Jane se acercó y le acarició el suave pelo. Luego le dio un beso en la frente y salió de la habitación.
Nada más salir se encontró con el médico de pelo entrecano.
-          ¿Señora Smith? Soy el doctor Brown, vengo a comunicarle que hay un quirófano libre y que vamos a proceder a llevarnos a su marido.
Ella simplemente asintió.
-          La operación va a durar varias horas, debería marcharse a casa.
Jane comprendió que era la mejor opción. Y, tras mirar a su marido una última vez, se fue al aparcamiento.
Cuando iba a arrancar, se dio cuenta de que tenía un agujero en la manga de la blusa. Se debía de haber enganchado en la cama del hospital. La rotura ya no tenía arreglo. Estaba cansada así que condujo despacio.
Ya en su casa, encendió su vieja radio. Con una  pequeña sonrisa, comprobó que no estaban poniendo esa canción. En el interior se sentía decepcionada. Apagó la radio y se acomodó en un sillón junto al teléfono. No quería pensar. Tenía miedo, pero no estaba segura de qué. Cerró los ojos y empezó a tatarear una melodía. Just Send Me Someone To Love. Quisiera o no, tenía que admitir que, aquella cena en el restaurante de Nueva York, con las canciones de amor y la velada romántica… Abrió los ojos. Nada estaba claro. Decidió, por tanto, simplemente rezar. Cerró los ojos. En su cabeza veía el escenario y los músicos. Sonrió y lloró por última vez mientras amanecía.


LMM  2008

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