Gabriel vio a Miquel por última vez un sábado por la noche en el único bar que conocía éste último. Tras un saludo silencioso Gabriel se sentó a su lado y pidió una copa, Sara no había vuelto a llamar. Frente a Miquel había una taza de café vacía. Sus ojeras estaba más acentuadas que de costumbre y se sentaba algo encorvado sobre la mesa. Él no solía beber alcohol, sin embargo se pidió también una copa. Bebieron hasta tarde. El bar cerró y tuvieron que salir.
- Por cierto, nunca he sabido donde vives – dijo Gabriel muy lentamente, poniendo excesivo énfasis en cada palabra.
- Al norte de la calle… ¿cómo se llamaba? – Dijo cansadamente mientras sacaba un paquete de tabaco- La que cruza con el parque. Qué más da… ¿quieres probar uno de los cigarrillos?
Gabriel no respondió, pero cogió uno distraídamente. Llegaron al cruce de Osaka, el cual recibió dicho nombre en recuerdo de veinte japoneses de Osaka que se mataron en un accidente de autobús cuando el conductor se quedó dormido. Habían colocado hacía ya tiempo una cruz negra y oxidada. Gabriel se dio cuenta entonces que era probable que los japoneses no hubieran sido cristianos. Aunque allí se separaban sus caminos Miquel todavía estaba allí, observando también la cruz, aunque su mirada vacía y cansada parecía ir mucho más allá del mustio homenaje. Le resultaba muy curioso el hecho de que morir fuera razón suficiente para grabar el nombre de una persona en una piedra. No lo entendía, porque pensaba que el olvido llegaría igualmente. La única forma de quedarse en este mundo es haciendo cosas grandes, y hay gente que puede y otros que no.
- ¿Tienes miedo a morir?- le preguntó entonces a Gabriel mientras se agarraba con torpeza a una señal de tráfico.
- Sí- respondió rápidamente, parecía mucho más sobrio- al menos ahora. No sé, a veces todo parece tan complicado.
Miquel no pudo escuchar todo lo que dijo, ya que se había apartado a un lado a vomitar. Casi una hora más tarde, Gabriel llegó a la casa de Miquel, arrastrando prácticamente a éste, que musitaba sobre unos versos que intentaba recordar. Su casa era mucho más pequeña de lo que Gabriel esperaba. Entró y dejó a Miquel en el sofá. Al ver la luz de la cocina encendida fue a apagarla. Dentro se encontró a una mujer obesa, cuya cara arrugada estaba atravesada por unas líneas serpenteantes en el maquillaje algo excesivo.
- No despiertes a mi madre, déjala dormir, lo necesita.
Miquel seguía en el sofá con tumbado, hablando en voz baja. Había comenzado a susurrar palabras inconexas, mientras sus ojos permanecían cerrados. Gabriel se sintió muy mareado. Cerró la puerta suavemente, sin ni siquiera despedirse. Tras ella seguía escuchando a Miquel murmurando frases ininteligibles. Una vez en la calle caminó deprisa, hacía mucho frío.
LMM
- Por cierto, nunca he sabido donde vives – dijo Gabriel muy lentamente, poniendo excesivo énfasis en cada palabra.
- Al norte de la calle… ¿cómo se llamaba? – Dijo cansadamente mientras sacaba un paquete de tabaco- La que cruza con el parque. Qué más da… ¿quieres probar uno de los cigarrillos?
Gabriel no respondió, pero cogió uno distraídamente. Llegaron al cruce de Osaka, el cual recibió dicho nombre en recuerdo de veinte japoneses de Osaka que se mataron en un accidente de autobús cuando el conductor se quedó dormido. Habían colocado hacía ya tiempo una cruz negra y oxidada. Gabriel se dio cuenta entonces que era probable que los japoneses no hubieran sido cristianos. Aunque allí se separaban sus caminos Miquel todavía estaba allí, observando también la cruz, aunque su mirada vacía y cansada parecía ir mucho más allá del mustio homenaje. Le resultaba muy curioso el hecho de que morir fuera razón suficiente para grabar el nombre de una persona en una piedra. No lo entendía, porque pensaba que el olvido llegaría igualmente. La única forma de quedarse en este mundo es haciendo cosas grandes, y hay gente que puede y otros que no.
- ¿Tienes miedo a morir?- le preguntó entonces a Gabriel mientras se agarraba con torpeza a una señal de tráfico.
- Sí- respondió rápidamente, parecía mucho más sobrio- al menos ahora. No sé, a veces todo parece tan complicado.
Miquel no pudo escuchar todo lo que dijo, ya que se había apartado a un lado a vomitar. Casi una hora más tarde, Gabriel llegó a la casa de Miquel, arrastrando prácticamente a éste, que musitaba sobre unos versos que intentaba recordar. Su casa era mucho más pequeña de lo que Gabriel esperaba. Entró y dejó a Miquel en el sofá. Al ver la luz de la cocina encendida fue a apagarla. Dentro se encontró a una mujer obesa, cuya cara arrugada estaba atravesada por unas líneas serpenteantes en el maquillaje algo excesivo.
- No despiertes a mi madre, déjala dormir, lo necesita.
Miquel seguía en el sofá con tumbado, hablando en voz baja. Había comenzado a susurrar palabras inconexas, mientras sus ojos permanecían cerrados. Gabriel se sintió muy mareado. Cerró la puerta suavemente, sin ni siquiera despedirse. Tras ella seguía escuchando a Miquel murmurando frases ininteligibles. Una vez en la calle caminó deprisa, hacía mucho frío.
LMM
No hay comentarios:
Publicar un comentario