domingo, 11 de octubre de 2009

Sinfonía de Osaka: Allegro (Parte 1)


Miquel Camp vio a su padre morir cuando tenía doce años. Mientras los sesos de su progenitor goteaban por el cristal del camión que lo atropelló, Miquel sólo sintió una gris indiferencia (quizás envuelta en un sentimiento de asco). Según él, este hecho le marcó profundamente para el resto de su vida. Era el tipo de persona que odiaba no tener respuestas a sus preguntas, y nunca comprendió el por qué de dicha indiferencia.
Miquel llegó a la ciudad en su último año de instituto, que nunca acabó. Desde el principio se sintió incómodo allí. Como le diría después Gabriel a su hermano, “era demasiado rubio para esta ciudad”. La metrópoli, cuyo nombre Miquel nunca supo pronunciar, parecía condenada a la falta de movimiento. No había nada.

Gabriel había aceptado finalmente quedar con Sara y no estaba saliendo bien. A la media hora logró escabullirse fingiendo que necesitaba ir al baño en un bar. Se encontró con Miquel tumbado en uno de los bancos fumando. El olor del cigarrillo era extraño, Gabriel nunca supo si describirlo como “repelente”. Minutos más tarde, él sabría que eran unos cigarrillos poco comunes que él conseguía Dios sabe de qué manera… Desde que se intentó suicidar unos años atrás, Gabriel nunca se había relacionado igual con la gente; todos, menos Sara, habían acabado por volver a la sombra de la apatía. Por ello, no es de extrañar que hasta el propio Gabriel le confesara a su hermano tiempo después que era incapaz de comprender qué le llevó a volver diariamente al parque a fumar y a conversar con él. Nunca se acordaría de la fecha exacta cuando le conoció, ni siquiera de cómo exactamente. Quizás fue el hecho de que Miquel hablara sin reparos de su padre, o simplemente por lo que decía.

LMM

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