Me cubro los ojos con la mano izquierda,
Odias la esperanza y, sin embargo, me abrazas.
Es de noche y no tengo sueño.
Literatura, noticias, opinión, cultura y mucho más. ¿Qué es la Inuria?
Todo era tan perfecto, tan sublime; cada jarrón en su sitio, cada plato en su lugar; incluso las asas de las tazas de té estaban colocadas en un excepcional orden. Claro está, todo por mandato del señor, siempre tan meticuloso y excéntrico.
La casa estaba situada a las afueras de Londres, en un pequeño pueblo llamado Waltimore. La mansión que estaba rodeaba por un jardín de dimensiones colosales constaba de cinco plantas. Al lado de esta se encontraba una casa de tres plantas con su propia piscina climatizada y gimnasio reservada para los sirvientes. Para el señor Hocks, la casa era una jerarquía en sí misma. El primer piso estaba reservado para el señor y la señora Hocks; el segundo, para los mayordomos de mayor categoría así como el chofer; después, los guardaespaldas; en siguiente era el ocupado por los invitados y finalmente, en el último piso estaban situados los dormitorios de los hijos de los señores.
En la casa adosada no había jerarquía alguna. Dentro de los grandes muros de piedra, era un territorio tranquilo y de lo más apetecible; sólo el tiempo inexorable era el único elemento disonante.
Tomás, el mayordomo más veterano, procedía de una familia muy humilde; originaria de Cuba. Él y su madre se fueron a España para dejar de vivir en la miseria tras la muerte de su padre en un tiroteo. Pronto, encontró trabajo como mayordomo de una familia adinerada pudiendo mantener a su madre que padecía cáncer terminal. Pero al ser despedido y no tener suficiente dinero para el tratamiento de su madre ella acabó falleciendo; tiñendo de rojo sangre su vida.
Pasó por varios trabajos hasta llegar a ser mayordomo de los señores Hocks.
El viento mecía suavemente las hojas de los magnolios de la entrada principal. Damm; el jardinero; podaba los setos de los muros de piedra de la entrada. Mientras tanto, Josu; su aprendiz; silbaba para atraer a las golondrinas. Tenía los ojos azules como el agua cristalina que discurre enfurecida por los ríos. Sin duda alguna eran los ojos del azul más chispeante que había visto en mi vida. Su tez tostada por el sol infernal y su cabello rubio enredado delataban su procedencia. Tenía chica la nariz y una amplia sonrisa dibujada en sus labios carnosos dejaba entrever unos dientes pequeños blancos como las perlas.
Damm también era moreno y sus ojos cenizos achinados iban a la par con su cabello revuelto color carbón. Tenía una nariz ganchuda, y unos gruesos labios. Sonreía de júbilo; le encantaba observar y admirar a los árboles que él mismo había plantado y dedicado su vida. Esto era lo que le intentaba inculcar a Josu, pero el parecía admirar a los pájaros y su libertad en el aire; no le gustaba como los árboles dependían de la tierra para sobrevivir y estaban anclados en su sitio, sin libertad.
Él señor Hocks aún no se había levantado. Por el contrario, su mujer Isabelle yacía en la mecedora leyendo el periódico. Cuando hubo acabado emitió un bufido y esperó a que su marido bajara a desayunar. Tomás servía la comida mientras comentaba las noticias con Isabelle. Ella mostraba miedo por los robos ocurridos en Waltimore. Los seis se habían producido en familias adineras y ella temía por su provenir.
El Sr. Hocks bajó lentamente por las escaleras de caracol cuando, finalmente, llegó al rellano toda su familia le estaba esperando ansiosos por empezar a comer. Tenía la mirada cabizbaja y su natural sonrisa se había esfumado dejando tras su paso unas débiles comisuras en sus labios carnosos. Isabelle le miró compungida y bajo la vista al suelo. El hijo menor de los Señores Hocks, James, miró a su hermano con desdén y subió al último piso.
Henry, el guardaespaldas, caminó junto al señor Hocks hasta el automóvil y le abrió la puerta. En ese instante Charles subió al asiento del conductor y arrancó suavemente. El motor rugía con un ronroneo suave y delicado. El trayecto hasta Baths discurrió sin ninguna incidencia. El pequeño pueblo estaba situado en las cercanías de Waltimore.
Las casas eran de color rojizo oscuro; de ladrillos; con un tejado levemente inclinado y las chimeneas negras sobresalían apuntando al inmenso cielo color azul turquesa. El único edificio que resaltaba sobre los demás era el ayuntamiento. Una construcción antigua de color blanco y bastante imponente. Tenía dos balcones en el cuarto piso desde los cuales se divisaba a la perfección todo el pueblo y el campanario de la iglesia.
Cuando el coche color negro entró en el aparcamiento de la mansión el sol ya se había ocultado y la luna empezaba a brillar. Se bajaron dos hombres del auto y entonces el conductor apagó el suave ronroneo del motor dejando al silencio y al la penumbra reinar por completo.
Después de que Charles entrara en la casa y marchara a su habitación, un nuevo ronroneo débil y apagado deshizo la tranquilidad momentáneamente. Conforme el automóvil se alejaba de la mansión el suave ronroneo se torno un murmullo inaudible.
Por la mañana el periódico anunciaba en los titulares otro robo ocurrido en el pequeño pueblo. Esta vez había ocurrido en la mansión de los señores Hocks.
Isabelle lloraba desconsoladamente en sus aposentos, su marido estaba con la policía y mientras tanto, Damm intentaba consolar desoladamente a la señora Hocks. Tomás y Charles esperaban en la puerta de la comisaria, apostados al lado del vehículo de color negro de el señor Hocks. Henry discutía con la autoridad calurosamente ya que ellos le acusaban de no haber protegido la casa de los ladrones y él respondía enfadado que su tarea era proteger al señor, defender su vida; no su casa. En este caso la policía resultaba totalmente incompetente, ya que no tenían la menor pista acerca de un posible o posibles culpables y si tenía o tenían cómplices. Los únicos testigos arrojaron muy poca luz ya que sus testimonios resultaban confusos y pobres. Con lo que la policía solo sabía gracias a un confidente anónimo de dudosa veracidad que poseían un coche color negro, robaban a altas horas de la madrugada y eran muy hábiles y meticulosos en su trabajo que estaba excelentemente planificado. El comisario jefe, el señor Normen, un hombre musculoso y de buena familia al que le gustaban los misterios y tenía una abundante materia gris y una sagacidad fuera de lo común, deambulaba por su despacho intentando esclarecer un poco estos casos.
Henry acompañó al señor hasta el vehículo encontrándose con Charles y Tomás que charlaban amistosamente. Al verlos llegar, intercambiaron unas breves palabras y un par de opiniones y se subieron al automóvil. De regreso a la mansión comentaron la desgracia de Isabelle que estaba enferma de un brote psicótico y tenía agorafobia.
Cuando bajaron del coche y caminaron por el camino principal de la mansión, todo estaba en paz, una tranquilidad forzada; ni siquiera un piar de las aves. Al llegar a la mansión vieron el cuerpo sin vida de la señora ahorcada en la escalera interior.
Nadie pudo reprimir un chillido. A pesar de los gritos del señor nadie en la casa parecía reaccionar, los presentes tenían la mirada cabizbaja y los ojos llenos de lagrimas.
El forense dictaminó que era un homicidio y que la causa de la muerte era por estrangulación. Todos los sirvientes habían desaparecido misteriosamente y la casa solo estaba habitada por el señor, su guardaespaldas, el jardinero y su aprendiz, el chofer y los hijos de la fallecida. Estos junto con Josu habían ido al pueblo vecino el día del incidente.
Dos semanas más tarde, la policía había cerrado el caso acusando del homicidio a los sirvientes desaparecidos así como de los robos ya que habían encontrado el cuerpo de uno de ellos en la cuneta con algunos de los objetos sustraídos.
El ambiente en la mansión era tenso, el señor salía más temprano que de costumbre a realizar su trabajo mientras los hermanos mantenían largas conversaciones entre ellos y alguna vez las compartían con Josu. Estos tres parecían los menos afectados por la muerte de la señora. El señor se negaba rotundamente a contratar a nuevos sirvientes por lo que la casa fue descuidada.
Un ronroneo suave se percibió a lo lejos y entonces, se percibió la figura de un coche negro entrando en la mansión. Los hermanos se miraron intrigados y se acercaron al automóvil ya que les sorprendía que su padre hubiera vuelto de los negocios tan pronto.
Al llegar el señor a la mansión vio dos cuerpos inertes ahorcados del magnolio principal. Juntó a ellos yacía un tercer cuerpo acostado sobre la mullida hierba. La sangre discurría por el terreno.
Los presentes se miraron y rompieron a llorar. No tardo mucho en aparecer la policía en el lugar del crimen. El forense dictaminó que habían sido tres homicidios causados por un disparo en el corazón.
El señor Normen recorría nervioso su despacho. Había algo que no encajaba en estos sucesos.
Josu estaba permaneciendo una temporada en casa de sus abuelos, en Baths y cuando se enteró del último suceso volvió a residir en la mansión ya que necesitaban un jardinero.
Ya había pasado un año desde el asesinato a los hermanos y a Tomás. Era una mañana cálida de junio, los primeros rayos de sol despuntaban al alba. Este fue el último día para él. Esa mañana no se levantó como de costumbre, permanecía en la cama desangrado con un orificio de bala en el corazón.
Ya solo quedaban tres personas en la casa, el señor, su guardaespaldas y Josu.
El comisario cada vez veía más difícil el caso ya que todos los sirvientes desaparecidos fueron encontrados muertos en una caseta de campo hará medio año. Él sabía con certeza que el asesino tenía algún odio hacia la familia Hocks y pensaba que era uno de los tres inquilinos de la mansión.
Los comportamientos de los tres fueron, si cabe, más extraños y excéntricos. No se fiaban de nadie, todos vigilaban sus espaldas.
El quince de junio volvió a ocurrir la desgracia, un coche color negro con un delicado ronroneo se estacionó en las cercanías de la mansión. Ese día, apareció un cadáver con una herida de bala en el corazón recostado sobre el sofá. El cuerpo fue encontrado por Josu cuando le iba a despertar de la siesta. Nadie en la mansión oyó ningún disparo ni nada, la paz reinaba absolutamente.
Una semana más tarde, la mansión fue teñida de nuevo de rojo sangre. El último superviviente a aquella matanza, aquel que a ojos de la justicia era un asesino psicópata, fue llamado héroe y aclamado entre sus amigos más íntimos.
Tras la muerte del señor Hocks, su negocio se hundió en el abismo. Al frente de la compañía más grande de importación de petróleo estaba Henry, pero tras su asesinato esta se volvió a hundir y no volvió a emerger nunca más.
El acusado había sido imputado de los asesinatos en la mansión y de planear los robos.
Aquel treinta de junio Josu, fue sentenciado a la horca. A pesar del calor asfixiante, todo el pueblo estaba reunido frente al tablón de madera con la horca; para ver morir al autor de la masacre de la mansión Hocks. El bullicio crecía al aumentar la expectación de la muchedumbre descontrolada. Se podía ver como gritaban al aire y daban gracias a Dios. Era patético, terriblemente patético todos reunidos para ver morir a un ser humano que como ellos había nacido y había sido criado e inculcado con los valores de su familia. Ninguno se preguntó que llevo a un joven cuerdo a matar a sangre fría a todos los residentes de la mansión, nadie se percató de que al subir a la plataforma de ejecución sus labios delataban una sonrisa sincera. Si se miraba más atento se podía vislumbrar una risa camuflada. ¿De qué se reiría ese joven que iba a morir en los próximos minutos? Ninguno tuvo tiempo de descubrirlo, pensarlo o ver su sonrisa ya que todo el pueblo reunido ante el gritaba justicia a cielo. Patético, era patético ver como todos aquellos hombres, mujeres y niños se sentían felices, ilusionados, al ver morir a uno de los suyos. Qué era lo que esperaban encontrar al final de sus días, una escalera de plata, un cielo blanco difuminado entre las nubes; o tal vez, sólo tal vez, el mismísimo infierno.
Un suave y delicado ronroneo permaneció inaudible entre el bullicio, un automóvil color negro se deslizaba silenciosamente hasta la horca. Un hombre musculoso salió del vehículo, sacó un arma y apuntó hacia el acusado. Un disparo resonó en los oídos de toda aquella gente. Cuando pudieron darse cuenta de que Josu yacía muerto delante de la horca con un disparo en el corazón. Sus gritos se convirtieron en plegarias y sus alegrías se volvieron de color negro, se oscurecieron sus ilusiones y esperanzas, la matanza había vuelto. Aquel joven murió antes de ser ahorcado, fue juzgado y condenado por unos crímenes que tal vez, solo tal vez, él no cometió. Se divertía, sonreía, se reía de la ignorancia de los demás. Aquel que amaba la libertad como nadie, ¿podría haber sido capaz de quitársela a los demás? Tal vez, solo tal vez, el habría cometido esos atroces crímenes.
El coche negro se alejó en las lejanías, el caso fue archivado como uno más, la única diferencia es que permanecería en el recuerdo del pueblo, anclado a su memoria.
HEARTLESS