sábado, 24 de abril de 2010

El rumbo de Andrea Lonescu

Andrea Lonescu nunca conoció bien a su padre. Conservaba aún en la memoria aquellas cenas y fiestas “familiares” a las que acudían numerosos desconocidos. Su padre, siempre con un puro en la boca, contaba a un grupo de invitados cómo había conseguido grabar aquella canción con María Guleghina o lo fácil que había sido escapar de Rumanía en comparación con la dificultad de montar un negocio en España. Andrea recordaba también el día que su padre apareció muerto de un tiro en la nuca en una cuneta de la N-1. Fue un día antes de la muerte de Ceauşescu. Andrea escribió un libro sobre su padre mucho tiempo después, el cual intentó publicar sin éxito.
Varios años antes de aquel fracaso literario, un mes después de que Andrea abandonara la Universidad de Southampton tras un periodo inútil compartiendo aula con un grupo de “solemnes imbéciles con corbatas azules y cabezas vacías”, decidió instalarse en Madrid, donde alquiló un apartamento sucio y de paredes grises.


Dos días después del incidente en la fábrica de neumáticos que se veía desde su piso ella se encontraba, como era rutinario en las mañanas calurosas de principios de Mayo, tomándose un café con hielo mientras anotaba nerviosamente en una libreta. A las 11 en punto dejó de escribir y tachó con violencia las últimas líneas. Guardó con cuidado la libreta en el bolso y salió tras dejar una pequeña propina. Tardo exactamente dos minutos en llegar a su portal y, como era martes, no se cruzó con la señora del pañuelo azul y su perro cojo de la pata derecha. Ella vivía en el tercer piso, frente a la mancha oscura en el suelo del pasillo. Justo cuando entraba en el portal observó a un muchacho fumando en el hueco de la escalera. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era el chaval que vivía en el cuarto piso con su madre. Apenas aparentaba 16 años.

- ¿Te importaría salir fuera a fumar para no dejarnos las escaleras apestando a tabaco?

Andrea empleó un tono más agresivo de lo que pretendía pero el joven simplemente levantó la mirada y se encogió de hombros.

- Joder, tu padre no te ha enseñado modales.

El chico apagó el cigarrillo en la barandilla de la escalera.

- Mi padre está muerto.

Ella respondió con un resoplido.

- El mío también, no excusa la estupidez humana.

- A mi padre lo mataron de un tiro en la guerra, imbécil.

Andrea sonrió ante la ironía pero no respondió.

- Eres la escritora que vive en el tercero, ¿no?

- ¿Escritora? ¿De dónde te has sacado eso?- soltó una carcajada excesivamente aguda.

- Te he visto en el bar, siempre estás apuntando cosas en un cuaderno.

- Buena observación, mala deducción. ¿Me das un cigarrillo?

- ¿Tú no odiabas el tabaco?

Esta vez fue Andrea la que se encogió de hombros.

- Nunca dije exactamente eso…

El chico acabó accediendo aunque no dejó de mirarla con extrañeza.

- Gracias, David

- ¿Cómo coño sabes…?

- Tenéis que bajar el volumen cuando discutís, tú y tu madre.

El chico dijo algo pero Andrea no lo escuchó pues ya había comenzado a subir las escaleras. El adolescente hizo un ademán de seguirla pero se quedó donde estaba, mirando a un punto en el suelo. Mientras subía se guardó el cigarrillo en la chaqueta.

Cuando entró en el apartamento el teléfono estaba sonando. Andrea esperó unos segundos antes de cogerlo. Reconoció inmediatamente la voz de su hermano así que conectó el altavoz y se sirvió una copa de Johnny Walker. Su hermano llamaba de vez en cuando, pero nunca se veían. Para Andrea su hermano consistía únicamente en aquella voz ronca al otro lado del teléfono. Aquella voz que siempre empezaba preguntando por su salud o por su situación económica, dando vueltas en círculos sin atreverse a decir lo que de verdad pensaba.

Cuando Andrea estaba terminando su segunda copa ya respondía a gritos.

- ¡Deja de decirme qué coño tengo que hacer con mi vida! ¡Concentra tus malditos esfuerzos en no hundir la empresa de papá! Por el amor de Dios, sé lo que hago con mi vida.

- ¿En serio? ¿Acaso trabajas, o estudias, o haces cualquier cosa provechosa?

- Vete a la mierda.

- Mírate, por Dios, das lástima. Lo quieras o no VIVES del dinero de papá y yo sólo digo que…

Andrea colgó el teléfono antes de que acabara la frase. Su hermano esperaría al menos una semana antes de llamar otra vez. Se asomó a la ventana para tomar un poco el aire. Aquella noche tampoco pudo dormir.



Andrea se levantó más tarde que de costumbre. Se preparó un café y, mientras esperaba, se puso a ojear con repugnancia lo que había anotado en su libreta. Alguien llamó a la puerta. Se levantó pesadamente y apenas mostró sorpresa cuando se encontró cara a cara con David.

- ¿Qué diantres quieres?

El muchacho se sonrojó y entonces Andrea se dio cuenta de que sólo llevaba una vieja camisa sobre la ropa interior. Le daba igual. Titubeando David respondió:

- Mi madre me ha pedido que te pregunte si te queda azúcar.

Andrea ignoró la indisimulada falsedad de la excusa.

- ¿Y no puede bajar a comprar?

- Las tiendas están cerradas hoy, es festivo.

Andrea le hizo pasar y abrió el armario de la cocina mientras mascullaba improperios.

- Te oí gritar ayer, ¿con quién hablabas?

Ella dejó de buscar, pero no se volvió hacia él.

- No te importa. Yo no pregunto por qué discutís tú y tu madre.

Él agachó la cabeza y susurró una disculpa. Andrea ignoró la disculpa y se sentó en una de las sillas de la cocina tras servirse una taza de café. Sobre la mesa estaba la libreta abierta por una página en blanco. Ninguno de los dos hablaba. David observó que la cocina estaba bastante ordenada a diferencia de la salita de estar. Cuando había entrado en el apartamento no había podido evitar fijarse en la gran cantidad de objetos que se amontonaban en pequeñas pilas en las distintas esquinas del pequeño piso. Libros, discos de música e incluso revistas en francés e inglés sobre un sofá que parecía de segunda mano.

- ¿Crees que alguien puede tener claro qué va a hacer en la vida?

El adolescente se dio cuenta de que Andrea lo estaba mirando otra vez fijamente a los ojos. Tenía grandes ojeras, como si no hubiera dormido en días. Su mirada, sin embargo, era profunda, llena de vida y dolor. Permanecieron unos segundos en silencio. Andrea suspiró.

- Yo siempre he tenido grandes sueños de gloria. Demasiado grandes… Pero es tan difícil fijar un rumbo. Cada paso es tremendamente doloroso, es normal que esté asustada…

David escuchaba en silencio. Apenas respirando. Por un momento creyó que la joven iba echarse a llorar. Pero ella simplemente sonrió tristemente. La sonrisa se convirtió rápidamente en una mueca de asco.

- ¿Sabes? Llevo días y días soñando con la mismo pesadilla- Su voz sonó entrecortada, pero sin perder su suavidad característica. David la miró extrañado, con la cabeza levemente inclinada hacia la derecha en un gesto algo infantil. –

Me encuentro en una habitación blanca sin puertas ni techo, mirando hacia arriba se ve un cielo claro, sin nubes. Yo quiero salir, no sé por qué, pero necesito salir y la única forma de escapar es escalando las paredes. De éstas cuelgan cuerdas. Es muy extraño, hay cuerdas de todo tipo, unas más gruesas que otras, con y sin nudos. Entonces yo intento trepar pero no puedo, simplemente no puedo. Entonces alguien parece intentar ayudarme impulsándome hacia arriba. Trato de mirar quien es pero sólo veo siluetas y sombras. Sonará extraño, pero creo recordar que entonces sabía quiénes eran…

David escuchaba atento, con el ceño fruncido.

- El caso es que, poco a poco, voy subiendo, cambiando de cuerda si es necesario. Pero, a medida que subo, el cielo oscurece, y la pared parece alargarse. Yo intento seguir pero estoy tan cansada...

Andrea pausa unos segundos y se lleva la copa a los labios.

- Entonces el cielo enrojece terriblemente y empieza a hacer mucho calor. Parece el infierno. Pero ya es muy tarde, no puedo volver, pero tampoco puedo seguir subiendo. En ese momento sólo quiero rendirme, dejarme caer para que todo acabe de una vez…

David se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Sentía como una oleada de calor y cansancio recorría su cuerpo. Su mano izquierda temblaba ligeramente.

- ¿Qué pasó al final?

- No sé por qué demonios te he contado esto. – dijo mientras se levantaba y salía de la cocina para volver con un cigarrillo y una copa en las manos.

- ¿Qué pasó?- insistió el adolescente.

Ella clavó sus pupilas en los ojos del muchacho.

- No lo sé, me desperté antes.

El chico cerró los ojos respiró profundamente.

- Quizás siempre necesitaste a tu padre…

Andrea no respondió. David abrió la boca para decir algo más pero ella lo interrumpió.
- Cállate, por favor. Dices demasiadas gilipolleces.



LMM

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